(Cuento)
Un hambriento gatito quería cazar un ratón. Para eso se puso a esperarlo junto a su madriguera. Allí estuvo inmóvil, fingiendo dormir profundamente.
Al oír un ruido, abrió el ojo derecho y levantó las orejas. Era un ratoncillo que avanzaba muy despacito y buscaba algo para comer.
El gato se preparó para atraparlo.
En eso se acordó que no se había lavado. Empezó a lamerse todo su cuerpo, sin perder de vista al ratoncillo. Cuando terminó de asearse, vio que el ratón escapaba a su agujero con un trozo de queso.
-¡Qué tonto he sido! -pensó el gato-. De ahora en adelante comeré primero, y después me lavaré.
Desde entonces, todos los gatos se lavan la cara después de haber comido.
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